A pocas horas de finalizar este año, resulta imperativo realizar miradas que, en un doble sentido de retrospectiva y prospectiva, permitan evaluar de forma reflexiva nuestra realidad. La primera, da cuenta de un ejercicio de “observar hacia atrás”, cuyo propósito no sea otro, sino el de exponer y exhibir de forma exhaustiva lo acaecido durante este año que finaliza. La segunda, da cuenta de la preocupación latente de plantear escenarios futuros para encarar acciones o medidas de contingencia tendientes a afrontar el devenir histórico.
Más allá de estas consideraciones, el 2020 marca un antes y un después de una humanidad atemorizada y estremecida por la abrupta modificación de conductas de interacción a consecuencia de las largas semanas de aislamiento social provocada por la pandemia del coronavirus (Covid-19), cuyos efectos dan cuenta de profusos temores, ansiedades e incertidumbres futuras.
De acuerdo al portal digital de la Corporación de Radio y Televisión Española (rtve), de 30 de diciembre, el mapa mundial del coronavirus, registra 82 millones de casos y más de 1,7 millones de muertos en todo el mundo, según el reporte actualizado del Centro de Ciencias e Ingeniería de la Universidad John Hopkins de Estados Unidos, ministerios de sanidad oficiales y la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Cuán ilusos fuimos al suponer que, tras su aparición en una remota ciudad de China, Wuhan, en diciembre de 2019, éste no llegaría jamás a modificar y alterar drásticamente nuestras formas de vida, dada la magnitud insospechada de sus efectos sociales, económicos, culturales e incluso psicológicos que trajo consigo.
Su paso devastador, definitivamente nos deja un mundo con otros valores. Ello es ampliamente comprensible, pues refleja y externaliza a “modo de espejo”, lo mejor y lo peor del gentío; la recategorízación de prioridades urgentes y necesarias de aquellas superfluas y banales en las que cotidianamente solíamos embriagarnos, para dejar manifiesto que, por sobre todas las cosas, lo más importante y preciado “es” y “siempre”serán las propias personas.
De igual forma, también ha desnudado las miserias humanas, los egoísmos y mezquindades traducidas en la inconciencia, la especulación y acaparamiento de insumos y medicamentos; la intolerancia, apatía e indiferencia ante el semejante; sumados al incremento del cibercrimen, la irrupción de grupos anticonfinamiento, la xenofobia y hasta la viejofobia. Quedaran grabadas en la memoria del colectivo social, escenas duras de cuerpos sin vida en calles y avenidas; el entierro masivo de cuerpos en fosas comunes, el colapso de centros hospitalarios, imágenes de personas asfixiándose ante la falta de oxígeno, familiares y cercanos implorando atención en puertas de nosocomios o quizá, reclamando los cuerpos para brindarles cristiana sepultura, aunque este último, fuera denegada por las estrictas medidas de bioseguridad.
Lo cierto es que el 2020, fue un año duro, trágico, extraño y complicado en todo sentido. Los grandes problemas que se avecinan dan cuenta de una crisis sanitaria que lejos de haber cesado, amenaza con rebrotes de inimaginables consecuencias y estragos de un virus que continuará movilizando y mutando cepas como el caso británico y otras que inexorablemente continuarán apareciendo; catástrofes ambientales resultantes del cambio climático, sumados a la crisis económica global, incluso aún más grave que las que dejaron hechos históricos como la Gran Depresión de 1929 y la crisis financiera global de 2008.
También nos deja invaluables aprendizajes sobre el sentido de urgencia, el valor de atreverse, la necesidad e importancia de innovar y pensar diferente, visibilizar y potenciar el talento; colaborar y apoyarnos los unos a los otros, de tal forma de extraer esos saberes adquiridos; pues queda claro que estamos en medio de un capítulo que aún se está escribiendo.
MGR. MARCELO CHINCHE CALIZAYA
CATEDRÁTICO UNIVERSITARIO E INVESTIGADOR
COLUMNA ENTRELINEAS
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