Uno de los campos de análisis e inevitable reflexión refiere al quehacer de la educación y las múltiples contrariedades que ella encierra; los cuales promueven imaginarios que, en un sentido dicotómico de cuestionamientos negativos frente a cifradas esperanzas de crecimiento y desarrollo, constantemente la instalan en toda agenda de discusión.
Desde la filosofía racionalista de la Ilustración, el “saber” fue por sí sola, un factor potente conducente a la emancipación y promoción del género humano. En esa línea, la escuela -en sentido irrestricto- constituye la principal institución que proporciona ese saber a todos sin discriminación y distinción de clase, origen, credo o color; empeñada en hacer desaparecer toda forma de inequidad y desigualdad social en un claro esfuerzo por destruir privilegios y posibilitar que el individuo ascienda en la jerarquía social, aunque esta última no ha sido del todo satisfecha.
Al igual que otros países, es evidente apreciar crisis periódica en la educación convertida en un problema político estructural; cuyos factores de riesgo permiten apreciar de modo sugerente, las grandes falencias y peligros que afronta como el incremento inusitado de la matrícula que contrapone a la débil e incipiente infraestructura; la falta de recursos humanos, insuficientes oportunidades de formación y perfeccionamiento profesional; asignación de salarios infravalorados que desmotivan y representan una afrenta a la dignidad. A ello se agrega la pobreza, la desigualdad y la exclusión social; el predominio de una economía global que ha generado una riqueza superficial y consecuente devaluación del empleo, subempleo e incremento del sector informal; así como los esfuerzos intrascendentes de las autoridades para hacer frente a esta realidad.
Estamos viviendo una crisis educativa eufemizada, lenta, silenciosa e imperceptible que tiende a negar un futuro y mejores oportunidades a quienes cifran sus esperanzas y expectativas de formación y superación que permita situarlos en mejores condiciones dentro la estructura social.
La pandemia sanitaria que no cesa, agravo aún más esta crisis; pues dio lugar a incorporar contrasentidos ante ya un débil vaciamiento educativo, ahondado por el largo cierre de aulas, el aislamiento y distanciamiento social, generando una serie de distorsiones como la presencia de inmensas brechas digitales; procesos de aprendizajes desiguales, externalización de mejores entornos de aprendizaje en relación a otros y consecuente disminución de los niveles de rendimiento académico.
En esa dirección, los tomadores de decisión vienen aplicando medidas que, lejos de buscar resolver el déficit educativo, plantean acciones que en definitiva, no son las más apropiadas; pues más allá de la evidente negación de la misma -producto de una lectura miope y sesgada- optaron por introducir erróneamente directrices de nivelación “hacia abajo” de la educación; traducidas en una validación de conocimientos no adquiridos pero expresados en una promoción forzada; además de una evidente discrecionalidad de la calidad e importancia de contenidos educativos, guiados inexorablemente por el acogimiento semántico de aforismos y consignas incomprensibles que justifican la “formación light” predominante.
Más allá de atentar flagrantemente a la ética, también afecta al educando, pues ataca a su dignidad e integridad, en razón a que vive una ficción, toda vez que obtiene logros basados en el esfuerzo del mínimo posible. Todo ello hace evidente la tendencia a igualar el oscurantismo a través de buscar una incomprensible “nivelación hacia abajo de la educación” y, con ello, se está atentando las legítimas aspiraciones de aquellos profesores y estudiantes que apuestan por una mejor educación de calidad que solo se logra con sacrificio, esfuerzo y dedicación al estudio que asegura un reconocimiento y avance en términos académicos.
Ojalá se entienda que inclusión y solidaridad no significa equiparar la mediocridad. Al contrario, debería posibilitar el cómo resolver y afrontar con firmeza los problemas descritos, por el bien de la educación.
MGR. MARCELO CHINCHE CALIZAYA
CATEDRÁTICO UNIVERSITARIO E INVESTIGADOR
COLUMNA ENTRELINEAS
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